12 enero 2010

Ya un año...



Me gustó el video, es un buen homenaje. Comparto cada palabra de afecto.
Por siempre Bocha.

07 enero 2010

Hermes Balbarrio

Nace en Capital Federal, en 1986. Actualmente cursa el profesorado de Artes Visuales en el I.U.N.A. Participó como coordinador en talleres de muralismo.

"Hermes Balbarrio nos introduce a través de sus obras en una dimensión interior de clara sensibilidad. Apela a lo figurativo con osadía, creando seres que adquieren vida propia, que inquietan y nos cuestionan acerca de nosotros mismos.
Sus personajes se desarman, se parten y se transforman, pero también se proyectan y conectan con el afuera mostrando un deseo de libertad sin restricciones, tocando al observador con sus emanaciones intensas.
Hermes en un artista joven cuya expresión artística, más que una elección, parece una relación inevitable. Si a esto sumamos el manejo de las formas y el color que se aprecia en sus pinturas, podemos augurar un recorrido que valdrá la pena seguir de cerca."

Andrea Finkeistein,
Directora de Escarlata Espacio de Pintura.




















Un CuEnTo CoRtO

Les transcribo este cuento que me parece muy lindo. Espero que lo disfruten.

GIRAMUNDOS

Era la fiesta, fiesta como tantas otras. Fiesta de mi pueblo, de mi tierra. Fiesta que migra de pueblo en pueblo, renovándose, para volver a nosotros rejuvenicida y madura. Fiesta que nos invade y que nos úne, y todos bailan por las calles, comen y beben lo que les ofrecen, porque es buen gesto aceptar lo que nos ofrecen.
Fiesta es música, y ahí estaba él, haciendo música; una forma humana de música. Parecía hacer vibrar el aire y la tierra en su repique. Su rítmo sencillo entraba sin pedir permiso y se instalaba en el cuerpo como energía que latía más fuerte que el propio corazón, y nos conectaba a todos. También contagiaba a tantos músicos que iban y venían con sus instrumentos y las mujeres que cantaban alrededor. Pero no se trata de que él sea el centro de la fiesta: esa forma de pensar no tiene sentido en nuestra fiesta, no puede haber centro, es ridículo. Pero que yo sentí una energía que venía de donde estaba él, y que circulaba por todos... bueno, eso es cierto. Y eso me atrapó al instante, como una llamada urgente.
Por lo menos yo sentí eso, una energía muy concreta, muy contagiosa y clara, como nacida de la tierra, fresca como la sombra de un árbol. ¿Será porque él tocaba muy bien el charango? ¿Será porque estaba yo muy cerca? Será porque una brisa iluminada me arrulló una oreja...
Era un tipo que no se lo veía nunca, salvo en las fiestas. Vivía lejos, lejos y solo.
Al otro día la fiesta era menos fiesta, lo vi a él, sentado en el piso, con su charango a un lado, en el piso. Él con la mirada perdida, casi concentrado, pero suelto. Alguien lo animó:
- ¡Toque señor, vamos!
- No.
Dijo, como si contestara medio dormido. Era la primera vez que lo oía hablar. Era una voz profunda, casi rasposa, pero muy sencilla y sensible: un terciopelo. Agregó:
- Es inútil.
Yo me quedé mirándolo sin creer y sin entender; y al final miré el charango, con las cuerdas contra un paño apoyado en el piso, y entendí menos. Y lo miré y me di cuenta que a él no le importaba si le creía o no; creo que le daba igual que yo estuviera ahí o no. ¿Dónde está este hombre?
Alguien le alcanzó un charango para que siga tocando.
- Es inútil.
Dijo, al tiempo que se despertaba, estiraba la mano y se levantaba. Fue inútil; tocó un rato para complacer al gentío, pero algo faltaba. Aunque... el charango sonaba, algunos bailaban, el rítmo era el mismo... yo lo miraba. Él, aunque no me miraba me sentía y sabía lo que estaba pasando. Al final, dejó el charango y me dice:
-No me conoce éste, ve´no puedo hablarle como yo quiero.
- ¿Cómo?
- ¿Cómo hablas con alguien que no conoces?
- No entiendo.
Pero en realidad empezaba a entender un poco.
- Ése -levanta su charango enfermo- forma parte de mí, de alguna manera, y me entiende.
Como es común que ocurra, en ese momento crucial llama mi padre para volver a casa.
- Vaya.
Me dijo eso y nada más. Se quedó ahí, parado esperando que me vaya. Así que me fuí. Y todas las cosas que en esos días vi, sentí y escuché pueden no ser nada, excepto que uno se las tome en serio. Entonces uno se desvela, tiene sueños, a veces pesadillas, arma ideas y después las cambia por otras. Pasé mucho tiempo como en otro mundo, mientras hacía de cuenta que estaba en éste. La siguiente fiesta no lo busque, pero lo esperé, con la fé ciega que solo logra quien confía en el destino. Lo sentí llegar, y fué la misma sensación: la energía que corría, pura y sin límites y se contagiaba y se encendía en todos. Me escapé de la mirada de mis padres y a la noche le seguí a su descanso. Largo viaje, llegó cuando ya era de día; yo un poco después. Me quedé dormido. Cuando él despertó, me encontró durmiendo en su casa, y, al contrario de lo que yo pensaba no se sorprendió ni quiso echarme. Me miró con toda naturalidad, y siguió como si nada, como si yo no estuviera. O como si fuese lo más lógico del mundo que yo estuviera ahí, acostado en un rincón, esperando que me dijera algo. Pero no me dijo nada. Pasó un rato, hasta que se acercó con dos platos de comida. Cuando terminamos, salió y volvió con dos charangos, uno para mí. Entonces comenzó el aprendizaje.
En una semana podía tocar algo, en un mes tocaba bastante bien. Luego de más tiempo el instrumento estuvo perfectamente dominado. Pero...
- ¿Dónde está esa ... música...? Ésa que... ¿Conoces es esa... esa energía? Eso que... ¿Sale de dónde?
Pregunté, luego de un tiempo, confundido, sin saber en realidad qué estaba preguntando, pero bastante molesto, viendo que todo lo que aprendí no daba el fruto que yo esperaba, el que yo había visto, lo que se había presentado tan naturalmente ante mí.
- Eso es otra cosa. Con éste no estás hablando.
Me dijo eso señalando el charango que tenía en mis manos, y entrecerrando los ojos. Con vos un poco más fuerte y misteriosa me dice.
- Además no sale de uno. No sale, no sale nada. Nada. ¿Qué puede salir? No, no... no sale nada. Es todo lo mismo que se mueve, vio. Hay que encontrar el lugar desde donde todo se mueve.
Abrió grandes los ojos, se acercó y me dijo:
- ES LA TIERRA.
Y se fué tranquilamente. Antes de que empiece a pensar cerré los ojos y seguí tocando.

Cuando llega la primavera, llueve, llueve todo lo que no llovió antes, y el agua se lleva las asperezas y los proyectos sin futuro. Después el sol seca el agua y quema todo lo que encuentra ya seco. Y del fuego brotan hojas que se abren insolentes ante el sol, desafiándolo, para terminar homenajeándolo con una flor. Aquella flor crece y se funde en el horizonte y hace nacer colores que se mueven dentro de sí. Los colores lloran y se agitan hasta que se mezclan y se chorrean por los pétalos, y se levantan troncos sin ramas que se caen y estallan en llamaradas que crepitan rítmicamente, mientras el sol lentamente se va, y con la noche los sonidos se encuentran rodeados de vacío, y se expanden para llenar su derredor; y crecen y se chocan y se llenan de ecos, para después fundirse en un murmullo de asfixia, que rodea y enmudece, y asfixia, rodea, enmudece; y uno no puede ver otra cosa que los sonidos y sus ecos llenando la noche en un murmullo eterno, cuando de pronto aparece la cara de mi maestro, y entonces todo es silencio en medio de la noche.
Él empieza a tocar y yo lo sigo. Tocando y sin hablar me explica que para mover todo hay que ser parte de todo. Hay que crecer infinitamente hasta ser la más mínima particula. Escuchar el eco de la tierra, en los pies, en la cabeza; y equilibrar el latir del cuerpo con el de las manos, y así recibir y multiplicar lo que de la tierra fluye. Pero eso no puede ser sino en uno y por uno; y despojadamente uno tan solo y puro como todos juntos o esparcidos como polvo, como un viento. Entonces, el instrumento que uno agite en su cuerpo no puede ser sino de uno, tiene que formar parte de uno, y ser distinto, para hablarle y escucharle y sentirle latir como uno; uno que es como el viento brotando de la tierra, para llevar las gotas de lluvia a las frentes de todos y volver a las raíces de los árboles, que renuevan la tierra.
Desperté.
Abrí los ojos, todavía tocando. Y él lejos, mirándome.
Todavía pasé mucho tiempo más conociendo mi instrumento. Un día en que fuimos a una fiesta me dejó tocando solo, y entonces comprendí que había logrado entrar en contacto, y empezaba a mover la energía. Había ocurrido hacía tiempo, pero al ser de a poco no me había dado cuenta. Luego recordé que había dejado a mi familia hacía mucho tiempo ya, pero sin embargo me parecía tan ajeno y extraño que sentí que yo nunca había sido de ningún laado, siemrpe un músico en contacto con todo, moviendo el mundo para alegrar al pueblo en fiesta. Y así pasé, un extraño, moviendo el mundo de fiesta en fiesta, y cada vez con más fuerza. A veces volvía cansado de una fiesta, viendo la infinita calma de la tierra, y él me advertía, con una mirada. Mi mirada estaba hacia otro lado, confusa. Yo llegabacansado y me dormía en el acto. Y, por supuesto, no entendía.
Una vez el mundo se movió y circuló a traves de mí, y me fusioné con una tonalidad enorme, tan solo un instante. Luego me detuve, me senté y sin quererlo me dormí.
Quise repetir la experiencia. Cada vez es más insoportable no tocar, no existir mas que en vibratoria esencia. En cuerpo humano algo reclama mi atención, mis pensamientos huyen atemorizados de ver esas cavernas llenas de moho. Quise repetir la experiencia. Cómo explicarlo, de pronto todo se detiene, y es mi mano quien rema el movimiento alrededor. La inmensidad es quizás mucho para moverse de una vez. Y peor para detenerse. No puede explicarlo, ni siquiera lo entiendo bien, luchando con una visión extrema; pero veo esa grieta, esa grieta que se abre y amenaza, se transforma con cada repique, y se abalanza con cada pulso, o se contiene o se cierra, se retuerce. Veo esa grieta que amaga confundir mundos. Veo esa grieta y ya no puedo dejar de tocar.
No lo entiendo bien, es como si mi pulso se hubiera acoplado al rítmo del universo; ya no sé qué universo, pero veo esa grieta...
Veo esa grieta y ya no puedo dejar de tocar.


Autoedición D. Rugonyi - 2009

03 enero 2010

Me caigo y me levanto

Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma, y de golpe un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer ya es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablamos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada.
Contra lo que pasa se impone pacientemente la rehabilitación. En lo mas recaído hay siempre algo que pugna por rehabilitarse, en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda, en los poemas de Pérez, en Pérez. Todo recayente tiene ya en si un rehabilitante pero el problema, para nosotros los que pensamos nuestra vida, es confuso y casi infinito. Un caracol segrega y una nube aspira; seguramente recaerán, pero una compensación ajena a ellos los rehabilita, los hace treparse poco a poco a lo mejor de sí mismos antes de la recaída inevitable. Pero nosotros, tía, ¿cómo haremos, cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído si por la mañana estamos tan bien, tan café con leche, y no podemos medir hasta dónde hemos recaído en el sueño o en la ducha? Y si sospechamos lo recayente de nuestro estado, ¿cómo nos rehabilitaremos? Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito; no toda recaída va de arriba a abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando ya no se sabe dónde se está. Probablemente Ícaro creía tocar el cielo cuando se hundió en el mar epónico, y Dios te libre de una zambullida tan mal preparada. Tía, como nos rehabilitaremos?
Hay quien ha sostenido que la rehabilitación sólo es posible alterándose, pero olvidó que toda recaída es una desalteración, una vuelta al barro de la culpa. En efecto somos lo más que somos porque nos alteramos, salimos del barro en busca de la felicidad y la conciencia y los pies limpios. Un recayente es entonces un desalterante, de donde se sigue que nadie se rehabilita sin alterarse. Pretender la rehabilitación alterándose es una triste redundancia: nuestra condición es la recaída y la desalteración, y a mi me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera, que por lo demás ignoro. No solamente ignoro eso sino que jamás he sabido en qué momento mi tía o yo recaemos. ¿Cómo rehabilitarnos, entonces, si a lo mejor no hemos recaído todavía y la rehabilitación nos encuentra ya rehabilitados? Tía, ¿no será ésa la respuesta, ahora que lo pienso? Hagamos una cosa: usted se rehabilita y yo la observo.Varios días seguidos, digamos una rehabilitación continua, usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo. O al revés, si prefiere, pero a mi me gustaría que empezara usted, porque soy modesto y buen observador. De esa manera, si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación, mientras que usted no le da tiempo a la recaída y se rehabilita como en un cine continuado, al cabo de poco nuestra diferencia será enorme, usted estará tan por encima que dará gusto. Entonces, yo sabré que el sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente, pondré el despertador a las tres de la mañana, suspenderé mi vida conyugal y las demás recaídas que conozco para que sólo queden las que no conozco, y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos, tía, y será tan hermoso decir: "Ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado, el mío todo de frutilla y el de usted con chocolate y un bizcochito.

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Julio Cortázar.